
Hijo mío, hija querida, ¿has visto la mirada de Jesús? Te pregunto esto porque mi Hijo tiene muchas miradas, todas de amor, miradas especiales para ti según las circunstancias en tu vida.
Cuando sufres, estés preocupado o triste, nunca te creas solo u olvidado, aún si tus sentimientos humanos te lo aseguren. Jamás lo dudes: Jesús está contigo y si no te concede un consuelo visible en ese momento, confía en su sabiduría con todas tus fuerzas y une tus sufrimientos a los Suyos ofreciéndolos al Padre Celestial.
Recuerda que El sufrió en la cruz el abandono de casi todos. El sabe lo que es sufrir y esperar... Yo asistí a la crucifixión porque quería consolarlo, aunque yo misma me sentía morir. Pero mi Jesús me miró con esa mirada Suya y a pesar de las profundidades inexplicables de Su sufrimiento, se situó en mi alma y compartimos juntos mi dolor, cuando El era quien moría. Esa es Su naturaleza: el amor.
Cuando sufres, El se acerca a ti más que nunca, y si tienes la dicha de recibirle en la Eucaristía, tu sufrimiento se perderá en la profundidad de Su Corazón de forma que lo único que verás será a El; en ese momento tu sufrimiento gradable se habrá convertido en El y sólo lo verás a El, como El te mira a ti, incluso en este momento que lees estas palabras. Cuando pecas, Su mirada amorosa está sobre ti, llamándote.
El sufre por tu ausencia en Su Corazón, pero te llama y te seguirá llamando de maneras que no puedes imaginar quiera, a veces evidentes, pero normalmente silenciosas y casi desapercibidas. Su mirada de esperanza te seguirá de día y de noche, con Sus palabras silenciosas a tu oído, llamándote, invitándote a volver, a que regreses al sitio que El ha hecho para ti en Su Corazón.
Su mirada de alegría está sobre ti cuando regresas a El, cuando has hecho algo hermoso por tu prójimo, cuando hablas de El a los demás. Esa mirada Suya llena tu alma sin que te enteres cuando haces un pequeño sacrificio por alguien más, aún si es algo pequeño como dejar de comer un pequeño caramelo o sonreír a alguien que sientes que no lo merece.
Jesús tiene muchas miradas más: de reprensión cariñosa, de emoción al verte venir a Misa, de aliento, de guía ante una situación difícil, de amistad cuando necesitas un amigo, de aprobación cuando eres humilde o Le defiendes, de ánimo cuando te enfrentas a la tentación.
Pero hay una mirada Suya, sin embargo, que hace llorar mi corazón de Madre, hijo mío. Es la mirada que Jesús tiene sobre el alma que se condena. ¿Cómo explicarte todo lo que Jesús hace por esa alma, pero que llega el punto de no poder hacer más cuando ella libremente elige el camino de la perdición?
Jamás sabrás lo que esa tristeza significa para Jesús, ya que El sabe que esa alma fue creada para estar con El por siempre... Pensar que Su sacrificio en la cruz es inútil, pensar que Su Sangre sea sperdiciada por tantas almas... ¡Cuán injusto es para mi pobre Jesús la condenación de un alma! Que esta mirada Suya jamás esté sobre ti, hija mía.
Por eso, nunca te alejes de El, llámame cuando estés en peligro de condenarte y recuerda: si llegaras a pecar, pequeña mía, ten presente que Su Misericordia es mayor que tu pecado y que más Le ofendes no pidiéndole perdón que el pecado cometido en primer lugar. No desconfíes nunca de Su Misericordia pues El es la Bondad misma.
Hijo mío, hija querida, Jesús te ve todo el tiempo; lo sé porque estoy siempre junto a El y por tanto estoy siempre junto a ti, ayudándote aunque no lo notes, para que ames más a Jesús y vivas una vida que sea fuente de alegría para El. El lo vale todo, ¿no te parece, hijo mío?
¿Hay alguna mirada Suya que quisieras sobre ti ahora? Pídemela para que yo se la pida a El junto contigo. Recibe mi mensaje con mi amor de Madre para ti. Soy yo, María, tu Madre del Cielo.

¡Mi vida no es mía!
Si nos ponemos en la piel de María, algo que sorprende es la rapidez con que dice que sí a lo que Dios le pide, la generosidad ante su vocación. ¿Sabes por qué actúa así? Porque es consciente de algo muy importante que muchos no sabemos, o si lo sabemos enseguida lo olvidamos: su vida no es suya. García Morente, filósofo no creyente, se convirtió al darse cuenta de esto. Él lo explica con estas palabras que, aunque no son fáciles, si las lees con atención verás qué interesante:
"Mi vida, los hechos de mi vida, se habían realizado sin mí, sin mi intervención (se refiere al trabajo que tenía, las amenazas que recibió, tuvo que emigrar dejando a su familia .... ). Yo los había presenciado pero en ningún momento provocado. Me pregunto, entonces: ¿Quién pues, o qué era la causa de esa vida, que siendo mía, no era mía? Lo curioso era que todos esos acontecimientos pertenecían a mi vida, pero no habían sido provocados por mí; es decir, no eran míos. Entonces, Por un lado, mi vida me pertenece, pero, por otro lado, no me pertenece, no es mía, puesto que su contenido viene en cada caso producido y causado por algo ajeno a mi voluntad". Sólo encontraba una solución para entender la vida: algo o alguien distinto de mí hace mi vida y me la entrega.
Madre mía, enséñame esta lección: Mi vida es mía y no es mía. Alguien distinto de mí hace mi vida y me la entrega. Yo, con libertad la vivo como quiero, pero hay Otro que me la entrega con un para qué, con un fin, con una misión. Por eso mi vida es mía y es de Dios: somos copropietarios. Mi vida es para Dios, y por Él, para los demás, porque libremente quiero hacer el bien.

No hay comentarios:
Publicar un comentario